Hoy en día, el mercado laboral ya no sólo apuesta por unas lógicas competencias profesionales técnicas, sino también por una serie de habilidades emocionales que ayudarán a que determinados perfiles se vean reforzados hacia un nivel de máxima competencia.
Durante muchos años, se nos ha educado sobre la base de no dejar aflorar las emociones para focalizarnos en nuestros recursos técnicos y habilidades intelectuales.
Por suerte, el escenario ha cambiado y las técnicas que potencian la inteligencia emocional están siendo un reclamo, no sólo para conseguir profesionales más equilibrados y felices, sino también para la sostenibilidad de las organizaciones. Pues éstas tienen relación directa con su productividad y, por tanto, reflejo en la cuenta de resultados corporativos.
La abogacía no es ajena a esta tendencia. El Consejo de la Abogacía lleva tiempo apostando por la inteligencia emocional para la buena gestión de un despacho. También grandes eventos y conferencias jurídicas están dedicando mucho protagonismo al desarrollo de la inteligencia emocional por su importancia para el management y la gestión de las firmas.
Ha habido una gran evolución en torno a la palabra inteligencia. Siempre se ha puesto en relación con la memoria o la capacidad para resolver problemas cognitivos. Sin embargo, en 1920, el psicólogo y pedagogo estadounidense Edward L.Thorndike utilizó el término inteligencia social para describir la habilidad de comprender y motivar a otras personas.
A partir de aquí, el mundo empresarial y, por supuesto, el sector legal, ha encontrado en la inteligencia emocional una herramienta clave para alcanzar la productividad laboral de los profesionales, su liderazgo y felicidad y, con ello, el éxito de las empresas. «Los CEO son contratados por su capacidad intelectual y su experiencia comercial y despedidos por su falta de inteligencia emocional», ponía de relieve Goleman, destacando también que «la diferencia que existe entre un trabajador “estrella” y cualquier otro, o entre los buenos profesionales de los verdaderos líderes, son ese conjunto de habilidades llamado “inteligencia emocional”, entre las que destacan el autocontrol, el entusiasmo, la empatía, la perseverancia y la capacidad para motivarse a uno mismo».
En esta línea, diversos estudios han ido observando que la inteligencia va más allá del intelecto, que el coeficiente intelectual apenas representa un 20% de los factores determinantes del éxito y de alcanzar una vida plena, y que el 80% restante depende de otro tipo de variables como la clase social, la suerte y, en gran medida, la inteligencia emocional. Y es que ésta es de un valor incalculable para el trabajador contemporáneo.
Los mejores abogados no son los más técnicos, sino aquellos que, además, son emocionalmente inteligentes. Y aquí la felicidad también juega un gran papel. El mercado laboral ya no sólo apuesta por unas lógicas competencias profesionales técnicas sino también por una serie de habilidades emocionales que ayudarán a que determinados perfiles se vean reforzados hacia un nivel de máxima competencia y a que determinados oficios no sean fagocitados por la robótica.
En conclusión: la clave no está sólo en el dominio del conocimiento técnico-jurídico de la profesión (hard skills), sino en este conjunto de habilidades emocionales (soft skills). La inteligencia emocional ya es legal.
Leído en Wolters Kluver
Artículo enfocado a la Abogacía, pero extensible a empresas de cualquier sector.